Trabajando con (sobre)información

En mi último post reflexionaba sobre el hecho de haber perdido la felicidad y la necesidad de hacer un esfuerzo extra para ponerle la sonrisa a una época convulsa. Sigo creyendo en todas y cada una de mis palabras pero hoy debo añadir y reconocer que no nos lo ponen nada fácil. Es cierto. A los problemas económicos, a la falta de confianza en la política de este país, a las cajas B, las tarjetas opacas y a un sin fin de problemas se suma otro de cinco letras: ébola. Sí, el virus del ébola para el que hasta el momento no hay cura y que ha llegado a nuestro país. Una auxiliar de enfermería que atendió a los dos religiosos repatriados de África se ha convertido en el primer caso en Europa de contagio fuera del continente africano. Está en Madrid, aislada en el hospital Carlos III y, por lo que sabemos hasta esta mañana, va mejorando con el suero con el que la están tratando. 

No voy a reflexionar aquí sobre los famosos protocolos (la palabra más repetida en los últimos días), si fallaron, si no, tampoco voy a hablar de las declaraciones de la ministra Ana Mato, ni del Consejero de Sanidad, ni de los médicos que atendieron a la paciente. No voy a hablar de nada de eso porque creo, sinceramente, que ya se ha hablado demasiado. Y cuando digo demasiado, me refiero a en exceso, con el peligro que el exceso conlleva. 

Portadas del 7 de octubre, día que saltaba la noticia del primer contagio

Desde que se conociera este primer caso de contagio en España, me enfrento todas las mañanas a mi obligación de informar de lo que sucede, consciente de la relevancia de la noticia y del derecho que todos tenemos a la información, también aquellos que cada mañana sintonizan Kiss FM. Hago un esfuerzo por detectar lo realmente importante, lo que llega de fuentes de peso, acreditadas en la materia y obviar aquellas oportunistas e incluso alarmistas. Porque estamos ante un caso de salud pública con todo lo que ello conlleva: preocupación, mucha preocupación. Y aquí entra en juego otro factor: Twitter. La red social donde las "noticias" vuelan, donde todos hablamos de todo, donde se le da peso a un rumor, a algo que hemos escuchado en el metro mientras veníamos para casa. Todos, de pronto, somos expertos. Cuidado, mucho cuidado. Todas las mañanas tengo que hacer otro ejercicio, además del de informar con rigor: no dejarme llevar por la vorágine "informativa" de Twitter. Aprender a utilizar la red social del pajarillo es otra de las tareas pendientes que tenemos los periodistas y que Carmela Ríos, compañera de profesión, explica muy bien en su blog. Ella habla de filtros, y yo no puedo más que sumarme a sus palabras. Filtrar no es ponerse un pañuelo en los ojos ante la realidad, es no caer en la espiral de la sobreinformación ni tropezar con el peligroso rumor. 

Dicho esto, también voy a reconocer que estos días, más que nunca, he querido parar el mundo y bajarme. Pero no para alejarme de los problemas con los que nos toca lidiar, eso sería muy cobarde, si no para verlos con perspectiva e intentar detectar en qué punto nos hemos equivocado. 


NOTA: Vuelvo a utilizar al gran Forges para ilustrar la entrada. Esta viñeta publicada hoy en El País creo que no pude ilustrar mejor mi reflexión. 

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