Mírame con esa sonrisa

Hace tiempo que no encuentro el momento para sentarme con tranquilidad frente a una hoja en blanco y llenarla de ideas. No sé si lo que no tengo es tiempo o carezco de ideas. Quizá las ideas se amontonan en mi cabeza con miedo a salir o puede ser que el tiempo se haya detenido sin hacerlo realmente en estos últimos meses. ¡Cuántas contradicciones!

Y es que desde hace unos meses vivimos en una contradicción constante, en una realidad tan irreal que parece ciencia ficción y nos hemos acostumbrado… o no. Quizá nunca lo hagamos. Porque ¿quién puede acostumbrarse y aceptar que le han dejado tocados de muerte los cimientos de su tranquilidad y bienestar? ¿Quién puede empezar a reconstruirse sobre un terreno que todavía tiembla de miedo e incertidumbre?


Si algo ha traído 2020 es un bofetón con la mano abierta para quienes nos creíamos intocables y nos pensábamos a salvo, sin más, en nuestro “estado del bienestar”. Ese del que tanto presumimos pero que tan poco valoramos. Porque está ahí, sin más. Siempre ha estado, al menos en nuestro presente… que es el que importa (eso deben pensar algunos así que, por favor, léanlo con cierta ironía)


Cuando el 31 de diciembre de 2019 terminábamos de masticar la última uva desde una Puerta del Sol abarrotada, no imaginábamos que un ciclón invisible nos iba a dejar una estampa tan desoladora de la popular plaza madrileña tan solo dos meses y medio después. Calles vacías, sin la vida que las caracteriza. Silencio. Silencio que duele. El silencio del miedo, del dolor, de la pérdida, de la muerte. El silencio que ha dejado la pérdida de demasiadas vidas, tantas que nadie se atreve a cuantificar.


Un mundo vacío que se trasladaba a las cuatro paredes de un hogar (quien ha tenido la suerte de tenerlo) Un mundo que se reducía a un núcleo familiar o incluso a uno mismo. Un mundo que tenía que aprender a seguir adelante, a trabajar en la distancia, a querer a través de la pantalla de un ordenador, a cuidar, apoyar y vestir de normalidad la convivencia con la incertidumbre y el miedo para mantener la ilusión e inocencia de los más pequeños. Sí, esos niños a los que de la noche a la mañana se les impidió jugar con sus amigos, ver a sus profesores, a quienes cerraron los parques y encerraron en sus casas. A esos niños, me van a permitir, que han estado pagando muy alto el precio de una situación insólita y que nos han dado toda una lección de resiliencia.


Adaptación y aprendizaje. Eso nos queda porque nada volverá a ser como antes. O no debería. Porque los cimientos del mundo se han tambaleado y lo que construyamos ahora deberá ser diferente. Hagámoslo por nosotros pero también por quienes ya no están porque se fueron antes de lo que les tocaba y por quienes se han dejado la piel en habitaciones de hospital y en unidades de cuidados intensivos. Un aplauso desde el balcón ya no es suficiente. Salgamos a la calle, con mascarilla, precaución y distancia social y luchemos por hacer un mundo mejor para todos. Más empático, solidario y con más amor. Hagámoslo, por favor, porque es lo único que nos queda.

Sigamos sonriendo al mundo, aunque tengamos que aprender a hacerlo con los ojos, a través de una mascarilla.   


"Llora, grita, maldice,
golpea tu almohada,
vuelve a llorar, desahógate.
Porque para llenarse de nuevo de alegría
hay que vaciarse primero del dolor y del enojo".

(Mario Benedetti)


Comentarios

  1. Qué bonito, Marta! Preciosas tus palabras, como siempre, esas que echamos de menos. Claro que todo volverá a ser como antes. No sé si mejor, porque afortunadamente para nosotros ya lo era en esta latitud, pero seguro que igual. Eso sí, ya sabes cómo somos los seres humanos y los de los corazones amables lo fueron antes, durante y lo serán tras esta prueba de supervivencia colectiva, no lo dudes. Los de los corazones oscuros, seguirán siéndolo allende los tiempos. Besos.

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