¡El mundo del gimnasio es todo un mundo por descubrir! Y lo estoy descubriendo, ¡vaya que si lo estoy descubriendo! Aunque ahora no lo parezca, siempre he sido muy deportista. Cuando era jovencita estaba absolutamente enganchada al aerobic. Me encantaba e incluso hice mis pinitos como monitora. Iba a exhibiciones y entrenaba cuatro días a la semana. Pero lo hacía en un gimnasio pequeñito, muy familiar. Ahora voy a un gimnasio maravilloso cerca de casa pero muy grande, nada tiene que ver con el pequeño Akroasis Gym de Formentera.
Es muy curioso analizar los distintos perfiles que acuden todos los días con el objetivo de hacer algo de deporte por salud, para verse bien o... ¡para lucirse! sí, de estos últimos hay unos cuantos. Ayer leía un artículo en la revista Grazia donde catalogaban a los usuarios de los gimnasios de una forma muy divertida: el monitor distraído, la monitoria motivada, la nueva... ¡y los que no tienen vergüenza! Con un(a) espécimen de este último tipo me topé (sufrí) yo ayer por la tarde al terminar mi clase de zumba a la que, por cierto, voy sin saltarme ni un día.
El chulito sube pesas, la monitora motivada y el monitor distraído |
La hora y lugar de los hechos: las 20.00 hrs en el vestuario femenino de un gimnasio madrileño. La protagonista, Marta (yo misma), se disponía a recoger sus cosas para irse a casa después de una divertida clase de zumba. A su alrededor, unas 30 mujeres entraban y salían de las duchas, se ataviaban con mallas y deportivas, otras optaban por ponerse el bañador antes de dirigirse a una clase de natación... Hacía calor, mucho calor, en un espacio relativamente reducido. Y entonces llegó ella, la coprotagonista de esta historia. Una mujer de entorno a 45-50 años. Salía de la ducha, envuelta en una toalla que le cubría todo el cuerpo. Se coloca a 10 centímetros de la protagonista y, con total naturalidad, deja caer la toalla al suelo. Busca y rebusca algo en su bolsa de deporte hasta que lo encuentra. Un bote de crema hidratante de una conocida marca de supermercado. Y entonces, como olvidándose de que está en el vestuario del gimnasio, se dispone a embadurnarse de crema sin escatimar ni en tiempo ni en caricias. Caricias que se asimilan más a un buen magreo. Por todas y cada una las partes de su cuerpo. No se olvide el lector que Marta estaba a menos de 15 centímetros intentándose calzar sus botas para marcharse a casa.
¡Estupefacta! así me quedé ayer por la tarde. Y no es que sea una antigua. La naturalidad en el gimnasio me parece que está fenomenal ¿eh? tampoco entiendo esas mujeres que para cambiarse el sujetador hacen piruetas para evitar que se les vea más de la cuenta. Pero... ¿de verdad hay necesidad de ver cierta intimidad de las personas? Reflexiones aparte, lo cierto es que creo que esta viñeta de Grazia define muy muy bien a las protagonistas de mi historia.
¡Feliz miércoles!
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