Ella es paz. Ella es vida y es tranquilidad. Es verde y azul. También es tierra y luz. Ella te atrapa a primera vista y te obliga a quedarte en sus brazos. Cuando te mira a los ojos te hipnotiza hasta lograr que tu mundo se centre en ella, nada ni nadie importa ya si no está en su limitado radio de acción. Ella y tú. Tú y ella. Al margen de este tándem, la nada. Vacío.
Ella es fiesta y calor pero también es calma y frío. Ella, sobre todo, es mar. Es turquesa y marino. A veces nerviosa, rabiosa, pero las más, tranquila. Te balancea y te envuelve en su humedad. Ella te invita a respirar el aire más puro a su lado, el de los pinos y el de la posidonia que oxigena su azul. Su amiga íntima, la que convierte su mar en una de las maravillas del mundo, en su seña de identidad. Ella es arena y dunas. Es sol y es vida. Pero vida de la de verdad, de la que se escribe en mayúsculas.
Sus besos saben a sal y durante años me supieron a hogar. Sus ojos me vieron crecer, su voz me enseñó a hablar su idioma y sus manos me acariciaron cuando lo necesité. Siempre estuvo allí a pesar de que la abandoné. La edad me obligó. Pero no es rencorosa, ella siempre te espera. Desde entonces vuelvo a sus brazos en busca de consuelo. De ella necesito el faro que me guía cuando estoy perdida. Porque su faro no sólo guía a los barcos que se le acercan. Esos luceros alumbran la vida de quienes un día decidieron abrirle su corazón.
Paz, tranquilidad y sosiego. En ella encuentras la puerta a tu yo interior, a la reflexión. En ella está la inspiración. Julio Verne ya se dio cuenta hace muchos años y cayó en sus redes. Ella es generosa y acoge a todo el que llame a su puerta. En su tierra y en su mar hay sitio para todos a pesar de su pequeñez. Porque no lo he dicho, pero es la pequeña de cuatro hermanas. También es la más bella, si se me permite la licencia.
Es "el último paraíso del Mediterráneo", pero para mí es mucho más.
Es mi tierra y mi pedacito de vida inolvidable.
Formentera.
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