Siete años de espera

A Sergio

Fueron siete años los que te esperé. Siete años de juegos en solitario y de monopolio familiar. Te esperé sin saber que lo hacía y al saber que te esperaba jugué a imaginar cómo serías. Cuántas preguntas sin respuesta mientras te intuía crecer en esa habitación húmeda que siete años antes yo había ocupado. Poco antes de la primavera, inaugurando el mes de marzo, mis dudas se despejaron.

Te esperé siete años y finalmente llegaste para no volverte a marchar. O sí, quizá te marchaste, pero para tomar las riendas de tu vida. La nuestra ya la habíamos vivido. Tardé siete años en darme cuenta de lo imprescindible que ibas a resultar. Volví a aprender contigo la importancia de una sonrisa. Lo imprescindible del primer balbuceo y lo necesario de ese primer diente que dio paso a varias visitas de un ser de apellido Pérez, que aparecía de nuevo por las noches pero para colarse, esta vez, hasta tu almohada. 


Llegaste después de siete años para ocupar la habitación contigua y el lado de la mesa de comedor que faltaba por completar. Llegaste para prestarme tus juguetes y para obligarme a crecer. Mis siete años me obligaban ya a ejercer un cargo antes reservado para otros: el de cuidadora, confidente y amiga. 

Siete años de espera para empezar a pasear juntos por la vida, una vida que nos ha separado en varias ocasiones pero que siempre nos vuelve a juntar. Porque en el corazón no hay distancias y tras siete años de espera tú ocupaste la parte del mío que quedaba vacía. Te vi crecer y madurar sin darme cuenta de que, a mi ritmo, yo hacía lo propio pero llevándote siete años de ventaja. Fui dando pasos, abriendo el camino que tú ibas a recorrer tiempo después. Pero ahí me equivocaba porque tú terminarías construyendo tu propio camino. El que siempre quisiste seguir. Siempre tuviste las cosas muy claras. Era un camino muy distinto al mío pero complementario. El tuyo, sólo el tuyo.


Tras siete años de espera, hemos vuelto soplar juntos las velas de nuestra tarta imaginaria. Y ya son veintitrés sumando esfuerzos para extinguir las llamas que van dando paso a un año más, a un pedacito más de vida. La tuya y la mía. La nuestra. La de dos hermanos que van de la mano, que lloran y ríen juntos, que se enfadan y que se reconcilian y que no pueden vivir el uno sin el otro. 

Aunque hoy estemos separados en la distancia, siempre estaremos juntos en la vida.



"Seguiré caminando a tu lado. Poniendo mis brazos por si te caes. Preparando mi sonrisa cuando la brisa ilumine tu cara"

Comentarios

  1. Tu hermano ya te debía querer mucho antes de que le dedicaras estas preciosas palabras, pero estoy seguro de que cuando las haya leído, te querrá y te admirará un poco más si cabe. Desde luego, ese amor fraternal que os procesáis es algo que no todo el mundo sabe mimar y cuidar. Felicidades por ello y de nuevo por tu maravilloso post. Ya queda menos para un libro cargado de sentimientos, Marta, :-)

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