Una voz para escuchar

Hoy, 16 de abril, se celebra el Día Mundial de la Voz. Qué bonito, ¿verdad? Una jornada que los expertos quieren aprovechar para recordar la importancia de cuidarla para tener una buena salud. Porque ¿qué sería de nosotros sin nuestra voz? Nuestro instrumento de comunicación, nuestra forma de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Esa que tantas posibilidades nos ofrece, esa que tantos matices nos da. La que nos hace soñar cuando entona canciones, la que nos asusta cuando se muestra enfadada o la que nos emociona cuando se entrecorta. La voz. 

Pero yo hoy me hago otra pregunta... ¿Qué sería de la voz sin un oído que pueda escucharla? E iría un paso más allá: ¿qué sería de la voz sin un oído que quiera escucharla? Porque yo tengo la sensación de que cada vez somos más los que queremos hablar pero menos los que están (estamos) dispuestos a escuchar. Escuchar con el corazón, con pausa, en reposo... escuchar de verdad. 



No sé si es que de un tiempo a esta parte nos hemos vuelto más egoístas, menos empáticos (o yo he tenido mala suerte) pero tengo la sensación de que cada vez menos personas preguntan "¿cómo estás?" a alguien de manera sincera, esperando una respuesta que se salga del "todo bien" preestablecido.

Porque para poder hablar hay que saber escuchar. Es el primer paso para conocer. Y de esto, amigos y amigas, andamos mal. Nos gusta hablar, a todos. Nos gusta opinar porque es gratuito y porque además ahora tenemos en las redes sociales un altavoz al alcance de nuestra mano que nos da notoriedad, que nos permite "expresarnos con libertad", entendiendo libertad muchas veces como "decir lo que nos da la gana sin tener en cuenta su repercusión". Tenemos en la voz la herramienta más potente que jamás vamos a conocer y no la utilizamos bien porque en realidad la desconocemos (y no me refiero a su parte fisiológica). 


Esto a muchos nos lleva a hacernos pequeños porque muchas voces que gritan son capaces de callar a aquellas que, por miedo o inseguridad, hablan en susurros. A esas que temen desentonar, que tienen miedo a hablar por encima de las demás porque saben que nadan a contracorriente en un mar en el que el grito tiene premio y el silencio ha perdido todo su potencial... ese que mucha veces habla más que la propia voz.  Silencios incómodos, los llaman. 

Y aquí estamos, en ese cruce de caminos entre querer hablar y tener miedo a que nos escuchen con sinceridad. Porque eso es lo que hemos conseguido. En esta sociedad "de la inmediatez", del todo vale, del todos sabemos de todo, llena de "opinólogos"... nos da miedo sentirnos escuchados de verdad, por no hablar de que lo que más miedo nos da es escuchar con el corazón, con la mente abierta y con ganas. Tal vez porque quizá esto nos lleve a descubrir nuestras carencias y no está el mundo como para mostrarle nuestras debilidades. 

Pongámonos una coraza y sumémonos al grito o parémonos a escuchar a esas voces que tratan de abrirnos los ojos... a susurros. 

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