Hoy no puedo más. Estoy cansada, agotada, exhausta... Y así un día tras otro. Sin concesiones. Sin descanso. Un cansancio físico y también mental, hasta la extenuación. Y no veo salida más allá de seguir acumulando piedras en una mochila que ya pesa y duele, que magulla la espalda. Una mochila invisible donde cargo mis miedos, mis preocupaciones, mis necesidades y también las de mis hijos, las de mi familia, con algún resto de culpa que se cuela entre las costuras. Y trato de dejarla en casa, de pedir ayuda para acarrearla... pero al final siempre la veo a mi espalda, como hecha a medida.
Esta es mi situación desde que llegó a mi vida mi segundo hijo (no recuerdo que fuera así con el primero). Nadie me dijo que ser mamá de dos fuera una experiencia tan brutal... en todos los sentidos. Que es lo más maravilloso del mundo, que sí, que no lo cambio por nada, que mis hijos son mi todo. TODO, en mayúsculas. Pero algo está fallando si las familias llegamos exhaustas al final del día.
Jornadas eternas de trabajo fuera de casa y trabajo que se acumula dentro de ella con lavadoras que poner, juguetes que recoger, polvo que retirar... y un espacio limitado para una crianza consciente y ¿disfrutada? No puede disfrutarse una crianza cuando estás deseando que lleguen las ocho de la tarde para empezar con "los baños, las cenas y a la cama", cuando sostener una rabieta es peor que escalar una montaña en plena tormenta y cuando pegar un grito es tu única válvula de escape. Lo siento, pero no.
Yo he tenido hijos para estar con ellos y disfrutarlos. Para ser ejemplo, consciente de ser el espejo en el que se miran, quien les acompaña en el camino de la vida... Pero no puedo hacer mi papel cuando ni yo misma sé en qué camino estoy y cuando mi reflejo no es el que quiero para mis hijos. Y llegados a este punto... ¿Qué hacemos? ¿Dónde está el problema? ¿Qué es lo que falla en un sistema que te engulle? ¿Dónde está la conciliación real? Porque, me vais a permitir, conciliación no es vivir al límite para llegar a todo con la ayuda de los abuelos. La conciliación es el gran engaño.
Por no hablar del tiempo que tenemos para dedicarnos a nosotros mismos, a ese autocuidado tan necesario... Pero ese melón, mejor abrirlo en otro momento, que bastante tenemos con lo que tenemos.
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