“Mejor cállate, ¿no te das cuenta? A nadie le importa tu opinión, ni tu historia, ni lo que tengas que decir… si es que tienes algo que decir. Lo que tú piensas, ya lo han pensado antes. ¿Qué aporta ese comentario? Encima no sabes ni lo que dices. Mejor sigue callada porque van a descubrir lo impostora que eres”. Sentada en una esquina contemplo la escena mientras escucho esas palabras, una y otra vez. Y de pronto me hago pequeña en un mundo demasiado grande y me revuelvo incapaz de salir de ese bucle de toxicidad en el que yo misma me estoy metiendo. Porque sí, Martina es mi gran enemiga, esa “persona” de la que todos huiríamos . Y lo sé. Porque no dejaríamos que nadie nunca jamás nos hablara así (no deberíamos dejar que nunca nadie nos diga ni una mínima parte de lo que Martina me dice a mí en este texto) pero, ¿y si somos nosotros mismos? ¿Por qué nos lo permitimos? Son esas trampas que utiliza nuestro cerebro para hacernos creer que lleva la razón. Es nuestro cerebro, somos nosot
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